miércoles, 3 de febrero de 2010

Tomando distancia puedo discernir el calor que se sitúa entre una y otra sombra. Deambular en silencio por ahí no puede acallar el latido que te desconcierta. ¿Será una brisa lo que estremece el cuerpo? Tal vez simplemente sea el hecho de ser, de sentir que somos, de aferrarnos desesperadamente a la esperanza de ser de una vez y para siempre.
Tus dedos se acercan tímidamente a los míos. O tal vez los míos a los tuyos. Da igual. Se agita el pulso, y se desata la lucha entre la razón que instiga a salir corriendo hacia la tranquilidad, y la sangre que obliga a recorrer el cuerpo del otro sin prejuicios. ¿Quién levantará la blanca bandera del arrepentimiento?
La mirada va más allá de lo visible. Se proyecta en el cielo una danza de hechiceros vestidos de azul. Primero el cuello, luego el abismo. Primero la cintura, luego el mar. El escalofrío que producen las verdades sin tiempo, los solsticios del alma, el cortar el freno sin piedad. Arremeter contra la tormenta; estirar el momento de partir. ¿Quién se atreverá a ponerse en el medio?
El mundo vibra; ya lo ves.