martes, 15 de marzo de 2011

    Seguirte, cruzar el desierto, océanos, atravesar el tiempo, darte la mano, alejarme a través de milenios, alejarte. No te alejes, por favor. Dejame acercarte en mi imaginación, traerte a primer plano, respirarte, decirte que no te alejes, que no existe el espacio, que todo es nuestro si estamos en ningún lugar, que podemos.
    Chispas, cenizas. Encenderte. Sacarte de mi mente, hacerte de carne y hueso, tocándome y sonriendo. Apagá las luces, que quiero sentirte, que quiero pensar que si el tiempo no existe quizás podamos. Quiero pensar que si hay otras vidas, una y otra vez nos encontraremos en esa guarida en la que nos dimos de comer, en la que nos dimos las buenas noches y los buenos días y los buenos besos que circularán por siempre en algún lugar que no existe, que vendrán a la memoria dos segundos antes de dormir, dos segundos antes de la muerte.
    A veces vuelvo, pero no estás. No querés estar. No querés, porque sabés que podemos. El miedo al fracaso que sucede a la gloria se apodera de tus sentidos, porque sabés que podemos. Y está bien, te perdono. Te redimo y te condeno a ser eterna en mi mente. Te condeno a enseñarme a no crecer nunca, a vivir en sueños. Te condeno a morir y renacer en mis momentos de silencio. Te condeno a saber que te estoy pensando.