domingo, 20 de noviembre de 2011

El caparazón madura cuando se interioriza el rol del insensible. Empezás a creer en tu mente de anfibio que ya no te importa el dolor de tu alma, esa herida cómica que generalmente sacude el pecho y produce desvelo los días de semana. Pero de repente, en tu suave burla al cosmos, te encontrás en el balcón de un cuarto piso pensando en las banalidades de siempre, y notás que hay algo que te corre por la cara, una sustancia desconocida con un cálido gusto a sal. Entonces te percipitás hacia el espejo y descubrís que no es producto de una pestaña o un insecto que, con las peores intenciones, se introdujo en tu cavidad ocular, sino que el líquido que estás vertiendo por todos lados proviene de un poco más adentro, proviene de darte cuenta de que el reloj está a punto de apuñalarte por la espalda. En un grito desesperado el intento por deshacerte de tu armadura choca contra tus propios linfocitos emocionales; suena la alarma y el caos estalla por doquier. Resulta que estás vivo sin saber por qué.

No hay comentarios: