Melodrama matutino, desayuno amargo,
tus palabras y los bizcochos húmedos,
tus reproches y el reloj.
Y otra vez, y de nuevo
cantando en el amanecer
porque quizás alguna melodía
pueda hacerte callar, y así tal vez
este cuarto de hora,
aquella eternidad,
logren ser más que un mero deslizarse
entre mis ganas y tus nadas,
entre mi anhelo y tu antifaz.
Es hora, la rutina, se hizo tarde.
Probablemente cuando vuelvas
o cuando yo pueda regresar de mi vuelta eterna
nos encontraremos en la misma mesa,
en el mismo altar,
para volver a ser dioses disputando
las razones que no tenemos,
buscando los silencios, los respiros,
los boletos de ida,
los nunca jamás.
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