A fin de cuentas, sos la noche y te tengo miedo.
No puedo mirarte a los ojos sin querer eternizarte en mi altar, pero es sabido que todos los simples mortales tememos a los dioses casi tanto como a las palabras y a las miradas.
Sos el puñal y la herida, sos la sangre que brota de mi garganta cada vez que pronuncio tu nombre, ahogándome.
Poco importa. Beber veneno también calma la sed. ¿Me permitirías lamer tus pies?