sábado, 24 de marzo de 2012

Errando el paso tras la niebla quizás encuentre las puertas abiertas. Trastabillar no es tan grave si al final del ocaso espera la verdad agazapada, punzando, quitando la respiración.
Este cuerpo inerte debajo mío no es más que una excusa para evitar la nada, pero parece particularidad del vacío el hacerse más grande al querer sortearlo.
Invitaciones a la sombra, invitaciones epistolares que cumplen todos los requisitos formales del hastío. Como querer hacer la revolución desde un hotel cinco estrellas. Como querer acabar con la soledad refugiándose en los libros.
Prohibir las palabras, arremeter contra el diccionario, contra la gramática, asesinar la ortografía, la coherencia. Este lenguaje cementerio no me permite decirte. El signo me crucifica. El verbo me define y me arranca las cuerdas vocales.
Quiero cruzar el puente, pero solo puedo decir que quiero cruzarlo mientras me mantengo acá, estática, observando lo que va y no viene, lo que se va y no me lleva.
Yo creía que hablaba en la madrugada, cuando en realidad ella hablaba a través de mí. Triste marioneta vomitando letras sobre papeles tan efímeros como el momento del alba. Nada de lo que digo es mío.
La felicidad no me salió por la boca ni me entró por la nariz, y la rueda sigue girando.
El amanecer siempre es torniquete para los que queremos ver lo que no se puede ver.
Era la noche. Era la vida. Era tanta vida exhalando muerte.

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