lunes, 2 de abril de 2012

No quiero repetir lo que ya dije. Y sin embargo repito lo hecho. Revuelvo en los errores de antaño, me relamo la sangre de los tropezones y caídas, y me atrae chocar contra la pared, rodar por el vacío y sentirme un corpúsculo perdido en el infinito del tiempo. Me gusta dar la nota, desafinar en todos los tonos y desentonar en el ocaso. Me gusta no pedir perdón y construir muros de orgullo, convertirme en un ego demoledor con sed de humillación póstuma. Me abrigo de sospechas y salgo a dar caza a mis más pueriles intenciones, derribando todo lo que se ponga a mi paso. Me divierte el infantilismo de autoconvencerme de que tengo razón. No me importa el sufrimiento ajeno si eso me permite sonreir por un instante, y me levanto de las cenizas del resto, me convierto en fuego con el que nadie se atreve a jugar.
Pero entonces llega la noche y el humo que entra por mi garganta me quema de arrepentimiento.
Estoy ardiendo.

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