jueves, 8 de abril de 2010

El humo enredándose en tu pecho se vuelve néctar para el azar. Apostás de nuevo a esa irrealidad, a la cabeza. Todo pasa fugazmente entre una pitada y la otra, y las miradas lo dicen todo: estás a punto de deshacerte. Ya no podés correr tras esa carnada; estás viejo, cansado y de mal humor. ¡Claro! Los pesares se acrecientan a cada derrota.
Ella abre sus ojos, y no estás para verlo. Te fuiste, te acurrucaste en un rincón a llorar como un idiota, arrepintiéndote de tu cobardía. Luchas en tu fuero interno: ¡qué más da! El mundo exterior es mucho peor, no querés saber nada de eso; quizás te quede una pizca de felicidad en tu locura.
Los colores se desintegran, pero ya nada te duele. La agonía se trasnforma en canela; el frío en corazas. El silencio nutre tu ego, y pensás que tu voz es la única, la universal.
Por fin, después de siglos de tortura, tuviste la cordura de gritar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encantó, nena...
Me encantó.