lunes, 9 de mayo de 2011

De ahogo

Qué lindo estar acá y que estés cada vez más lejos y (hacer fuerzas para) odiarte de verdad y morirme si me sonreís. Qué bueno que no me sonreís así no me muero. Qué feo morirse sin sonrisas. Qué feo que se vuelva rutinario el querer que me sonrías y el querer que me digas algo, aunque sea que me digas que no, aunque sea que me digas que tus sonrisas no me buscan. Qué lindo cómo podría invitarte a que me hables. Los silencios matan más que las palabras; las sonrisas matan más que los silencios, pero matan más lindo.
Y no hay verdad que no haya sido elaborada en mi mente y puesta en tus labios y repetida por eternidades. Ventrílocua de tus palabras, vagando entre calles que no me esperan, buscando un reflejo de casualidades que te ponga enfrente mío, pero no solo enfrente, sino de frente y sin más.
Sin más me voy. Cuanto más lejos, menos se nota la ausencia. La física no entiende nada de la soledad, empeñándose en poner los espacios como excusa del frío. Yo entiendo de qué se trata. Duele menos la distancia que la distante mirada. Duele menos la física que la poesía.

Duele menos, pero duele igual.

Las religiones que inventamos se vuelven anclas. Yo te construí un altar en mi imaginación. Te construí un altar pero no a vos. Te construí. Me estoy ahogando.
La fe no se discute. No te quiero, y sin embargo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué bueno que NUNCA sonreís, así no me muero.

Anónimo dijo...

Qué bueno que NUNCA sonreís, así no me muero.