domingo, 4 de septiembre de 2011


Es la eternidad del vacío recorriendo mi espalda, diciéndome que existo pero que no vale la pena. Inhalá, exhalá, eso es todo, el aire circulando por tu cuerpo, que no es aire sino oxígeno, y todos los procesos que suceden en tu interior, en esos pequeños pedazos de vos que son células que de a poco se van muriendo, desde que nacen se van muriendo. Como todo. Salvo el alma, si es que existe. De todas formas, su existencia no es de mayor importancia. Básicamente lo que por milenios se ha llamado alma es una mezcla de sentimientos, pensamientos y carácter (que al fin y al cabo es una conjunción de los dos anteriores). Quizás sea esto o quizás sea otra cosa. Quizás no sea.
Lo importante del asunto es que, sea lo que sea, no recorre el mismo trayecto lineal que la materia que hemos dado en llamar nuestro cuerpo, que desde que empieza a ser también empieza a dejar de ser. Ser para dejar de ser. Amar para dejar de amar. Reír para dejar de reír. Vivir para dejar de vivir. Escalofriante suceder de pesimismos que se amotinan en la puerta por donde debería entrar la alegría, el júbilo de dejar de ser, pero siendo. Patético estancamiento. Pienso, luego existo, luego no pienso, luego no existo. Luego quizás no haya más luego, y yo desperdicio el instante detenida en el pensar que si existo, por pura lógica, voy a dejar de existir.
Y así fue como existimos todo lo que duró la eternidad del momento, riendo, durmiendo en ese abrazo que pensé que duraría por siempre, porque estaba sumergida en lo más profundo del continuo presente y no en la mera contemplación de la fugacidad, del acontecer caótico en el que se arremolinan los ires y venires de todo esto que fuimos. Efímero momento de calma el despertar y encontrarte al estirar los brazos, al sentir una pierna por acá, la cálida respiración. Efímero momento en el que podía comprobar empíricamente tu existencia, y sanseacabó. De nuevo los brazos que no encuentran sus semejantes, que encontraron para dejar de encontrar.
Podría decir que te perdí, pero sólo sería una enunciación vacía, como lo que acabo de decir, y todo lo que continúe diciendo con estas palabras que nada tienen que ver con lo que realmente está ahí afuera. Como decir que el cuerpo es el que vive este presente que avanza irremediablemente hacia un futuro de desaparición. Como decir que el alma, esas partículas exóticas, a veces se atascan en el pasado y te retuercen hasta que la agonía te hace creer que todo está bien, que es así y que para qué darle vueltas al asunto si al fin y al cabo el abrazo estalló en mil pedazos y solo queda juntar los trocitos para atesorarlos y contemplarlos por lo que quede de vida en tus células, o pisotear el abrazo roto y seguir siendo, así, a medias, como quien ganó para perder(te).

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